lunes, 28 de octubre de 2013

Cambio Horario

   Debido al cambio horario desperté antes de que sonara la alarma del móvil. Busqué el interruptor de la lamparita pero no lo encontré. Mis dedos palpaban la mesita de noche y sólo rasgaban el vacío, como si más allá de la cama se extendiera el espacio infinito. Metí la mano debajo de la almohada buscando el teléfono para mirar la hora en la pantalla pero tampoco estaba allí.
 
   Durante esos segundos brumosos del despertar en que nos cuesta diferenciar el mundo real del mundo de los sueños del que acabamos de salir, llegué a pensar que la cama en que había dormido no era la mía. Me estaba hundiendo en un colchón blando cuando el mío era de duro viscolatex y la pesada manta que me arropaba no tenía nada que ver con la ligera colcha que me cubría estos días de otoño tan veraniego que estábamos disfrutando.

   Aparté la manta y con cierto sobresalto puse los pies en el suelo dispuesto al ir al baño que tengo en la misma habitación, averiguar que hora era y dilucidar que era lo que estaba pasando. Pero donde creía que estaba la puerta del lavabo toqué una pared. Con cierto alivio descubrí luz por la rendija de la puerta de la habitación y supuse que mi madre ya debía estar rondando por la cocina preparando esas tostadas con ajo y aceite que tanto me gustaban desde que me acostumbró a ello mi abuela, la madre de mi padre que en paz descansen los dos.

   Con tranquilo nerviosismo salí de la habitación a oscuras para bajar hacia la cocina, lugar que parecía ser el único de la casa que estaba iluminado. Tanteé el primer tramo de seis escalones pues no tenía ni la seguridad ni la visibilidad para mostrar más confianza. El segundo tramo de cinco ya sí recibía la tenue luz de la cocina directamente y los bajé más confiado. Los cuatro últimos estaban completamente iluminados, lo cual me hizo descartar que lo que vi tras descender esos diecisiete escalones fuera un sueño.

   No era mi madre la que trajinaba los cacharros de la cocina y me estaba preparando el desayuno esa mañana. Envuelta en el vapor de la cafetera y del cocido que bullía en la olla, y todavía con la aceitera en la mano, reconocí a la mujer cuya foto en sepia había estado siempre en la mesa del despacho de mi padre, mi abuela, que en ese momento me estaba preguntando si había cambiado ya la hora, que no me pasara como en primavera cuando hubo que adelantarla y luego llegué el lunes tarde al trabajo.

   ¿Qué significaba todo ésto? Mi abuela había muerto hacía años y la estaba viendo, y la oía hablar. Olía el café que preparaba y con las manos le acaricié el pelo y la cara, y el sabor de las tostadas con ajo y aceite lo resaltaba como sólo ella sabía hacerlo con un puntito de pimentón rojo dulce.

   Cuando en primavera olvidé adelantar el reloj y llegué tarde al trabajo me dolió en el alma que me descontaran esa hora en la nómina. Pero el despiste que tuve retrasando el reloj sesenta años en vez de sesenta minutos, como que no me iba a importar mucho. Como tampoco me iba a  importar tener que esperarme a marzo para volver a adelantar el reloj en el próximo cambio horario.




(Dedicado a Dolors Albariñas Aranda, sin cuya colaboración éste cuento no habría sido posible.)

domingo, 6 de enero de 2013

Sangrar por abajo

Cuando don José introdujo la moneda de 50 céntimos en la máquina de café, se dio cuenta que hacía más de una hora que esperaba su turno para ser atendido en Urgencias del Hospital de Terrassa. Volvió a repetirse a sí mismo que no podía olvidarse de pedir el justificante para el trabajo cuando acabaran de atenderle.
Pepita Sevilla, la responsable de personal se había encargado de recordárselo cuando aquella mañana, antes de tomarse su tiempo de desayuno a las diez en punto, salió descompuesto del lavabo, y con una palidez de pre-muerto, aunque con la misma parsimonia en el andar de siempre, dijo:
– Pepita, no me encuentro bien, me voy al médico.
– Me podías haber avisado – respondió ella con la atención centrada en el saca-grapas.
– No – dijo don José – me voy a urgencias, no puedo esperar, no sé qué me pasa.
Pepita Sevilla acabó de quitar la grapa que unía un expediente.
– ¿Cuántas veces tengo que decir que no me grapéis los expedientes? Vale don José, recuerde pedir el justificante en el hospital.
Quizá el café turbio remataría su malestar haciéndole vomitar lo suficiente para llamar la atención de la enfermera, una joven de piernas cortas que paseaba su mirada por la sala cada vez que llamaba a un paciente como si todo aquello no fuera con ella. Cada uno de nosotros somos un mundo desconocido e inaccesible, pensó don José, avistando todas aquellas cabezas dóciles desde el mirador que le proporcionaba su posición con el hombro recostado en la máquina. Cerró los ojos para no ver.
Un golpe en la rodilla le despertó. Una niña escurridiza y despeinada le miraba con ojillos insolentes desde el otro lado de la máquina. Oyó su nombre y alzó la vista. La enfermera piernas cortas desaparecía por la puerta y él se apresuró.
– No sé qué decirle, parece que el dolor se ha esfumado durante la espera…, ahora mismo me siento bien, muy bien – don José, incómodo y un tanto sorprendido por la ligereza que sentía, recordó que tenía que pedir el justificante.
Entraron en la sala dónde un doctor de bata verde y cráneo ahuevado, que parecía recién salido de la sala de despiece de un matadero, con esos enormes zuecos que solamente se ven en los hospitales y alguna clínicas veterinarias, salpicados de sangre fresca, le señaló a José una camilla donde debía tumbarse.
– ¿Qué le pasa?
– La verdad es que ya me encuentro mejor, pero estando en el trabajo, comencé a sentir dolor en la barriga, algo así como si me estuvieran apretando por dentro, como si un puño me agarrase las vísceras. Fui al lavabo, pensando que me aliviaría, que sería un retortijón, pero al bajarme los calzoncillos vi que había una manchita de sangre.
– Déjeme ver esa manchita – dijo el médico señalándole hacia la bragueta del pantalón.
José se desabrochó el cinturón, luego desabotonó el pantalón, se lo bajó hasta las rodillas, y paró mirando de reojo a la enfermera piernas cortas.
– Siga, siga, el calzoncillo también, insistió el médico.
José le enseñó la que ya se había convertido en una gran mancha de sangre.
El doctor fue palpando la zona lumbar del paciente, comprobó si tenía fiebre, que fue que no, le preguntó si había sentido molestias al orinar, que tampoco, o dolor de riñones. Fue descartando los síntomas que presentaría la existencia de alguna piedra en el riñón o en los conductos urinarios. Encargó análisis de sangre y de orina, practicaron una radiografía y una resonancia magnética. Tras dos horas y media más de espera, con la idea en la mente de no olvidar el justificante para el trabajo, José pasó el rato entrando y saliendo de los brazos de Morfeo en los incómodos bancos de madera del Hospital de Terrassa, cuando oyó su nombre por megafonía para que se presentara en la consulta número nueve.
En el momento que José entró, el doctor aún tecleaba su informe en el ordenador, esperó a que terminase, a que lo imprimiese y se preparó a escuchar el diagnóstico.
– Don José – dijo el médico – no tiene usted nada grave, de hecho está usted en perfecto estado de salud. Tanto los análisis como las pruebas diagnósticas nos muestran que está usted hecho un toro.
– ¿Y por qué sangro? ¿A qué se debe? – preguntó don José.
– No sé como decírselo – respondió el médico – llevo más de treinta años ejerciendo la medicina y nunca había visto algo así. Es más, creo que representa usted un caso único en el mundo y debería ser digno de estudio.
– No lo entiendo doctor, ¿qué tengo?
– Se lo diré de forma que me entienda. Tiene usted la regla, ha menstruado. Siento la franqueza, pero no lo puedo decir más claramente don José. Ha tenido usted la regla y la seguirá teniendo hasta que su cuerpo expulse los óvulos que tiene almacenados.
Don José se levantó, recogió su chaqueta, se la puso y con paso lento, arrastró sus pies hasta el mostrador de recepción del Hospital. Mientras esperaba a que se lo hicieran, a su lado, apoyando el bastón en el mostrador, un hombre que aparentaba su misma edad le mostraba la tarjeta sanitaria a la otra recepcionista mientras le decía que no se encontraba bien, que tenía cierto malestar en el cuerpo y que sobre todo, lo que le había llevado a urgencias, era que había comenzado a sangrar por abajo.
 

domingo, 16 de diciembre de 2012

LEAL PROVISIONAL

      Se detuvo un momento para identificar los sonidos de la noche, aunque el páramo siempre fue más productivo en silencios que en ruidos. Voces lejanas, más allá de la tierra de nadie, delataban la presencia de las posiciones contrarias. La guerra trazó la linea del frente con el mismo acierto que el destino tira los dados en la jugada de la vida, colocándolo en la columna contraria y con un fusil que apuntaba a sus hermanos. En su ficha militar, la sospecha que resaltaba en rojo la monotonía militar de las filiaciones, haciendo constar el dato de "LEAL PROVISIONAL", se confirmó aquella noche cuando, acabada la guardia, lanzó el fusil a tierra y corrió hacia el enemigo proclamando su deserción con un grito en el silencio.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

CONSEGUIRLO

      Soy una mano izquierda. Como el cuerpo humano en el que trabajo es diestro, siempre he realizado trabajos subalternos y de apoyo a la mano derecha. Jamás he sido protagonista de ningún hecho importante. Mi consuelo en la vida ha sido pensar que trabajamos en equipo. Si mi jefe escribía, lo hacía con la mano derecha, yo me limitaba a aguantar el papel y, de vez en cuando, rascar un lijero picor en la ceja o buscar algún moco molesto en la nariz. Aún recuerdo cuando, en la más tierna infancia, mi jefe recibía alguna que otra regañina si me utilizaba para cojer la cuchara o para pìntar en el colegio. "Qué no pintes con la izquierda", le decían, "con lo bien que te sale con la derecha". Pues toda la vida así.
     
      Un día, a mi dueño le apetecía ensaladilla rusa, le encanta, y nosotras dos, las dos manos, comenzamos a picar a trocitos pequeños una zanahoria, dos patatas, un puñado de judías verdes, sacamos otro puñado de guisantes del congelador y con parsimonia, la mano derecha iba utilizando el cuchillo japonés y yo aguantando los ingredientes con serio riesgo para mi integridad. No sería la primera vez que tenemos un accidente y acabo con heridas importantes. Lo pusimos todo en una olla y la llenamos de agua para llevarlo a ebullición, con una pizca de sal.

      Mientra cocian las verduras en la olla, dispusimos el vaso de la Turmix para preparar la salsa mahonesa. Cascamos un huevo entre las dos manos (la derecha, tan lista que es y aún no sabe hacerlo sola), añadiéndole una pizca de sal, unas gotitas de limón y aceite de girasol. Yo aguantaba el vaso mientrras la mano derecha manejaba la batidora, siempre lo hacemos así, y cuando la mahonesa ya está ligada, cambiamos el aparato de mano para que ella, la derecha, toda servicial se embadurne sus dedos de la deliciosa salsa y el goloso de mi jefe pueda saborer la textura y sabor (hay que ser pelota!).

     Cuándo ví esos cinco dedos tan cerca de las cuchillas de la batidora, no pude reprimir un impulso criminalque tanto tiempo había larvado en mi alma de mano izquierda. Apreté el botón y en un momento vi saciada mi sed de venganza.

      Ahora la mano derecha es una inválida, ha quedado totalmente mutilada y mi amo me tiene que utilizar para todo tipo de tareas, hasta para acariciar a su novia, y además en forma de protagonista, no como simple ayudante, que era lo que hacía antes. De todas formas tengo que confesar que se me ha quedado mala conciencia, es aquella sensación que sientes después de haber conseguido algo que habías deseado desde hacía mucho tiempo. No sé por qué pero se me ha grabado en mi mente aquello que decían que hay dos tragedias en ésta vida, una es no conseguir lo deseado, la otra es conseguirlo.

domingo, 13 de noviembre de 2011

Trabajo

    Erase una vez, un joven llamado Enrique que vivía felizmente con sus padres, ya entrados en años, en una ciudad española. Enrique salía poco de casa porque lo que más le gustaba era pasarse horas y horas conectado a internet y navegando por las redes sociales, sobre todo facebook. Se podría decir que Enrique era un adicto a Facebook. De ésta forma se relacionaba con sus amigos, con gente a la que había conocido a través de la red y veía satisfechas sus necesidades sociales y sus pasatiempos a través de los juegos y entretenimientos.

   Enrique tenía muy pocos motivos para salir de su casa. El más importante era ir a la oficina de empleo para sellar el carnet de paro. Cuando aquel lunes, tras guardar casi 50 minutos de cola, la funcionaria del INEM le entregó una oferta de trabajo, Enrique tuvo la sencación de que se le abrían las puertas del infierno.

   Se presentó en la fábrica donde necesitaban personal con una sola idea en la cabeza: Que le rechazaran. Que le dijeran que ya habían contratado a otro, en fin, poder volver a su tranquilo refugio hogareño para poder seguir conectado y chateando. Enrique se iba repitiendo como una letanía: Que tengan a alguien, que tengan a alguien, que tengan a alguien.......

   Cuando todos los aspirantes al puesto de trabajo habían pasado por la entrevista con el seleccionador de personal, la espera en el vestíbulo de la empresa se hizo eterna. Los fueron llamando uno por uno y el último en pasar fue Enrique.
  
   -- Don Enrique, se adecua usted perfectamente al perfil que necesitamos, el puesto es suyo.

   Gotas de sudor frío perlaron su frente como gotasde mercurio, la garganta le quedó taponada por un nudo, sus labios formaron una especie dde mueca que les dió la apariencia de culo de gallina desplumada. Hasta que pudo por fin emitir un sonido gutural, un ruido apenas equiparable a una palabra. Noooooo. No puede ser, dijo  Enrique, no podré realizar éste trabajo. Mi padre está muy enfermo, en el hospital, apenas le quedan días de vida tras una larga enfermedad. Eso fue lo que dijo Enrique para no aceptar un puesto de trabajo que lo alejaría de sus redes y de sus amigos de Facebook, que lo alejaría de su vida......Saliendo ya de la empresa, aliviado y tranquilo, pues el trabajo se lo habían dado al segundo clasificado, en su movil sonó la canción de moda de aquel verano. Miró la pantalla y leyó: "Llamando papá". Descolgó y oyó la chillona voz de su padre:

   -- Enrique, lo he conseguido, acabo de llegar a Santiago de Compostela, he terminado por fín el Camino enterito, andando sin parar desde Barcelona, estoy hecho un chaval. Besos para tu madre, te quiero nen.

   -- Te quiero papá, contestó Enrique, cuando puedas pon las fotos en el Facebook, por aquí todo bien.

   Pero la alegría a Enrique le duró poco. Al llegar a su casa vió que teníaa una carta en el buzón. El membrete del Ministerio de Trabajo no le dió buena espina y cuando la leyó subiendo el primer tramo de escaleras hacia su piso, pensó que sería una buena opción seguir subiendo hasta la azotea para después tirarse al vacío. Era otra oferta de trabajo. ¿Qué podía hacer ahora? debía presentarse esa misma tarde en una empresa para otra entrevista de trabajo. La mala suerte le perseguía.

   Esta vez, no dejó que la entrevistadora acabase el cuestionario previsto para los aspirantes. Enrique le dijo directamente que no podía aceptar el puesto. Que su pobre madre con alzheimer era totalmente dependiente de él. Que dejarla sóla en casa, en estos momentos, era como dictarle una sentencia de muerte segura. Tan conmovedora fue su explicación que, entre lágrimas, la entrevistadora lo acompañó a la salida rodeando sus hombros y despidiéndole con un fuerte abrazo. De camino a casa pasó por el gimnasio  más famoso de la ciudad donde la juventud,la no tan juventud esculpía sus cuerpos musculosos. Allí, en la puerta, esperó la salida de su madre que ejercía como monitora de spinning, la cual, al salir acompañada de dos jóvenes de camisetas ajustadas le saludó, le dió un beso y le dijo que no le esparese pues se iba con esos dos amiguitos a tomar unos coktels.

   Había sido un día duro para Enrique, su forma de vida había estado en peligro, y en su mente no tenía otra idea más que conectarse a internet, abrir el Facebook y el correo electrónico, dar un repaso al estado y actualizaciones de sus amigos, tratar de olvidar en suma ése día tan aciago que a punto había estadode chafarle su tranquila vida de internauta.

    Y mirad por donde....que navegando navegando por la red se topó con otra oferta de trabajo, gracias a sus habilidades y manejo de las redes sociales encontró un trabajo como "coatching manager", para poder trabajar desde casa como administrador de cuentas de correo y de redes sociales de empresas , famosos, politicos, etc.... Lo podía hacer desde su casa sin tener que desconectarse de lo que más le gustaba, es decir, podría convertir en placer lo que de otra forma era una engorrosa obligación.

   Envió sus datos por correo electrónico y dada su experiencia en poco tiempo tuvo contestación de que lo aceptaban para ése trabajo y fue así feliz durante mucho mucho tiempo. Y colorín colorado, éste cuento de ha acabado.
http://www.youtube.com/watch?v=T1JU8REdcWg

lunes, 24 de octubre de 2011

Un día normal


Aquella mañana de domingo, David K.despertó sintiendo la suave caricia de sol sobre su rostro. Desde que se había jubilado, lo mismo daba un dia de la semana que otro para gozar de la libertad de levantarse cuando quisiera. Sólo hacía un mes que se había retirado y la Siemens de Berlín no lo echaría de menos.
  En  Alemania, desde que Hitler y el Partido Nazi habían llegado al poder, la situación de los judíos como David empezaba a complicarse en las grandes empresas. El hecho de haberse podido acojer a la jubilación fue un alivio para él. Lo que David no podía imaginarse aquella soleada mañana era que cuando volviese a meterse en la cama, ya sería otro hombre.
   Jubilado, viudo y con sus hijos viviendo fuera de Berlín, a David las mañanas de domingo se le pasaban con la rutina de siempre. Se afeitó, se duchó, se puso su traje, las zapatillas para andar cómodo y como el día era soleado, el sombrero que le regaló su hijo cuando se jubiló.
   Acudió a la cafetería de siempre. Al entrar, el camarero de la barra y el mozo que atendía las mesas se miraron con cierta alarma. David fue a sentarse a su mesa de siempre junto al amplio ventanal por donde entraba la claridad que le permitía leer el periódico sin esforzar demasiado la vista. El mozo se acercó al mostrador, pero no fue a recojer el café para David, tampoco el periódico. El camarero de la barra le dió un cuadernillo que con cierto recelo el mozo entregó a David diciéndole:
   --Ha de salir fuera señor, usted ya no puede entrar en éste establecimiento reservado para alemanes de raza aria. Rellene éste formulario y llévelo a la comisaría de Policía más cercana a su domicilio.
   David se levantó en silencio, salió a la calle y mientras se dirigía al parque más cercano fue leyendo el formulario. Se sentó en un banco y fue marcando con una X la columna de los datos:

REGISTRO DE PERSONAS DE RAZA JUDIA QUE HABITAN EN BERLIN (lea el documento atentamente y confirme sus datos personales, señalando SI o NO cuando corresponda):
Nombre y apellidos
Domicilio
Edad
¿Ha votado al Partido Nazi?
¿se considera judío?
etc,etc,etc......

   Cuando hubo terminado, David se dirigió a la Comisaría del barrio,entregó el formulario y a cambio le dieron una estrella de seis puntas de color amarillo.
--Toma judío, le dijo el policía, cósete ésta estrella en la chaqueta y como te vea por la calle sin ella, te pego dos tiros, judío de mierda.
  Para David, aquel día, que había empezado cálido y soleado, se convirtió en el presagio de la más violenta de las tormentas.

domingo, 15 de agosto de 2010

vuelta a casa

El ruido de la puerta de la calle, precedió en segundos al clik del ratón sobre el recuadrito de “minimizar” y en la pantalla apareció la página de EL MUNDO DEPORTIVO en su edición digital. Hola!!, dijo Elisabeth, ya estoy aquí. Albert la miró como si surgiera de las profundidades del más oscuro de los océanos y le pregunto que cómo había ido con una voz que se diferenciaba muy poco de un ladrido. Muy bien, contestó ella, nunca hubiera pensado que trabajar en un banco fuera algo tan divertido, yo creía que la gente sería más seria, para ser el primer día no ha estado nada mal. ¿Cuántos hombres hay trabajando en esa oficina? ¿De qué edades?, inquirió él. Uf, dijo ella, de varias. ¿A sí? Volvió a ladrar Albert. Seguro que más de uno ya te ha echado los tejos, no me extraña, cómo se te ocurre ponerte esa falda el primer día de trabajo, y no te digo nada del escote, ¿es que no te das cuenta que vas enseñando las tetas? Elisabeth se sonrojó, dio la vuelta y se dirigió hacia su habitación, sobre su mejilla resbalaba una lágrima espesa como una gota de mercurio. Albert volvió a abrir el chat y escribió: bueno cariño ya podemos seguir hablando que la pesada de mi mujer se ha ido a dormir.