domingo, 15 de agosto de 2010

vuelta a casa

El ruido de la puerta de la calle, precedió en segundos al clik del ratón sobre el recuadrito de “minimizar” y en la pantalla apareció la página de EL MUNDO DEPORTIVO en su edición digital. Hola!!, dijo Elisabeth, ya estoy aquí. Albert la miró como si surgiera de las profundidades del más oscuro de los océanos y le pregunto que cómo había ido con una voz que se diferenciaba muy poco de un ladrido. Muy bien, contestó ella, nunca hubiera pensado que trabajar en un banco fuera algo tan divertido, yo creía que la gente sería más seria, para ser el primer día no ha estado nada mal. ¿Cuántos hombres hay trabajando en esa oficina? ¿De qué edades?, inquirió él. Uf, dijo ella, de varias. ¿A sí? Volvió a ladrar Albert. Seguro que más de uno ya te ha echado los tejos, no me extraña, cómo se te ocurre ponerte esa falda el primer día de trabajo, y no te digo nada del escote, ¿es que no te das cuenta que vas enseñando las tetas? Elisabeth se sonrojó, dio la vuelta y se dirigió hacia su habitación, sobre su mejilla resbalaba una lágrima espesa como una gota de mercurio. Albert volvió a abrir el chat y escribió: bueno cariño ya podemos seguir hablando que la pesada de mi mujer se ha ido a dormir.

sábado, 14 de agosto de 2010

El movil

El móvil rojo con teclas verdes comenzó a vibrar en el asiento del autobús, haciendo sonar la canción de moda de aquel verano. Al lado el hombre de gafas negras lo oyó, lo sostuvo en la palma de la mano como si fuera un pajarito caído del nido y leyó en la pantalla: Llamando. Número privado.


La música de la canción de moda de aquel verano dejó de sonar cuando el hombre de gafas negras apretó la tecla cuya función era: Descolgar.

Dijo diga, y contestó una voz de mujer que mezclando la angustia, la prisa y la desesperación le preguntó que si ya se lo había dicho a su mujer, que si por fin había puesto las cartas sobre la mesa y la dejaría para irse con ella. El hombre de las gafas negras, con voz sorprendida, contó que el teléfono móvil, uno rojo con teclas verdes, no era suyo, que se lo acababa de encontrar en el asiento de autobús y que él no era quien ella se imaginaba. Señorita, o señora, me confunde con otra persona, usted perdone, si la puedo ayudar le doy el móvil al conductor del autobús y tratarán de solucionar este… Ella no le dejó continuar, pero si eres tú hijo de la gran puta, me sigues engañando como lo has hecho siempre, eres un mentiroso, le pones los cuernos a tu mujer conmigo, a mí me dices que la dejarás y…ya estoy harta, esto no tiene ningún sentido. ¿Sabes que te digo? Que no te voy a dar ninguna oportunidad más. Se acabó. Estoy en la baranda del puente de La Salud y voy a saltar. Yo lo dejé todo por ti y así me lo pagas, cabronazo. Eres un cabrón. Adiós. Y se cortó la comunicación en el móvil rojo con teclas verdes.

El papel de fumar hubiera sido menos blanco que el rostro del hombre de gafas negras. Miraba el teléfono como queriendo adivinar en su interior la identidad de ésa mujer que estaba amenazando con suicidarse, o quizá ya lo había hecho. Por más que miraba, sólo veía la hora en la pantalla y las teclas verdes sobre fondo rojo.

Jefe, tiene que seguir andando hasta la siguiente parada. Era el conductor quien le hablaba. El hombre oyó su voz como saliendo de las profundidades del sueño y vio que todos los pasajeros habían desaparecido y el autobús estaba parado en un atasco de tráfico. ¿Qué pasa? Preguntó el hombre de las gafas negras que aún tenía en la mano el móvil rojo de teclas verdes. La Policía ha cortado el tráfico a la entrada del Puente de la Salud, creo que es un accidente, quizá alguien se haya tirado, algo pasa y no nos dejan seguir.

Se guardó el móvil en el bolsillo, se levantó de su asiento y bajó del autobús, sin decir nada al chófer, que lo vio alejarse entre el atasco, sorteando vehículos privados, coches de Policía y una ambulancia con las luces naranjas encendidas.

En el bolsillo del pantalón tejano del hombre de las gafas negras, comenzó a vibrar el móvil rojo con teclas verdes haciendo sonar la canción de moda de aquel verano. En la pantallita aparecía escrito un nombre de mujer. Sí cariño, contestó, ya voy para casa, ¿paso antes a buscar el pan? Vale, ¿y los niños? ¿Cómo les ha ido hoy el cole? Vale guapa. ¿Qué? Sí mi amor, yo también te quiero. Mucho.

Las luces naranjas de la ambulancia se apagaron mientras abandonaba la entrada del Puente de la Salud y el conductor le decía a su acompañante que joder, cuando se caiga un gato por el Puente podrían llamar a la protectora de animales, no a ellos que estaban para cosas más importantes.